sábado, 18 de junio de 2011

Linaje atemporal


Entre velos de fuego y estelas,

Me voy desentrañando de ti un instante destino, y

Te busco inocente entre la maleza del ensueño,

Mientras me sacudo las esquirlas de mi último fantasma.

Desembarco en la costa del hombre

Y temeroso me adentro en la maleza de su árbol

Para perderme felizmente…

En la fragancia de sus flores más extrañas.

Bajo la sombra de su noche penumbrosa

Descubro un grotesco carrusel de heridas y placeres,

Emanadores de un poder transmutador.

Me alimento de singulares frutos y

Una vez saciado me levanto,

Desato a mis bailarines y niños

Para que todo lo impregnen de ritmo y ansiedad.

Desencadeno mis pies, para que La tierra se abra parturienta,

Y por una pequeña hendidura en la placenta,

Asome envidioso, sus ojos el futuro.

Miro el cielo y Las nubes se disipan. Despejo la ventana,

Para que el rayo refleje el intrincado laberinto por

El que mi corazón navega ciego y limitado.

Adelante niños, tomen la ciudad principal

Que esta profunda hacia el centro de mi pecho.

Invadan sus plazas y jardines, museos y colegios,

Revivan con su alegre armonía maliciosa

De hormona y puerilidad

Los cuerpos secos del cementerio,

Y que las tumbas vacías y andrajosas,

Se conviertan en vaginas de la tierra

Donde la noche silenciosa,

Sea testigo de incontables nacimientos…

Yo, por mi parte, derribare los espejismos

Para reírme de mi rostro afligido y limitado.

Conozco bien ese dolor, yo soy flor de su pradera,

En su gigantesco muro soy la enredadera,

Que trepando, cruza al jardín contiguo,

Y en su patio trasero y baldío, soy la hierba,

Que invade por doquier el desierto y el olvido.

jueves, 2 de junio de 2011

De la tiniebla interna y otras transformaciones…


“Observo con ironía el destellar de mis intentos, que uno tras otro, se estrellan contra el cristal de la agonía. Cerniendo sobre mí una sombra omnipresente y expectante, que se desliza silenciosa por el jardín de los disfraces”

Sombra mía que a todas partes me acompañas y aprovechas, traicionera, el frió invierno del sentimiento para ahogar en mercurio las parcelas.Pero no tu, sombra física, que sobre el suelo te proyectas. Si no tú, tiniebla interna, nube tormentosa que todo lo entumeces con tu rayo escalofriante; fuerza centrifuga del alma que todo lo parcializas, como si escapar quisieras, de cualquier cariño o esperanza. Fue otro tiempo ya en el que fui barco para tu timón, el niño aterrado en el carro de tu tren fantasma. (Ahora, yo persigo a los espectros y los obligo a jugar con migo).

Sombra que hasta ahora, superaste en fuerza y convicción a mi voluntad; con tu exilio interminable a navegar por túneles me has acostumbrado! Por más que el sol irradia y quema, cual poderoso Goleat de la galaxia, tú siempre con serbas la templanza; solo te retraes infinita e ilusoriamente, para hacerme creer y confiar en ficticias victorias, que se desasen de solo pensarlas. Pareces disfrutar a voluntad, el resquebrajo de mi mente y los desiertos de la soledad. Por la noche te eh visto jadear, hincharte y trisarte; dejando escapar soflamas de luz por tus grietas, como si sufrieras y estuvieses a punto de estallar. Acaso de luz estas embarazada, Y sufres al no poder contener el parto?- ”Luz y penumbra, Ambas son muy difíciles de sobrellevar”- pareces susurrar en tu apretar de dientes, en medio de una noche vacía, de vergonzoso silencio y espantosos consuelos.

Bajo Infinidad de transformaciones y de formas te conozco, mi hermana tenebrosa, que tejes con mi vena la soledad de tu campaña. Enfermera acorazada, de celo fino y voraz, demasiado tiempo lleva mi aliento vociferando entre tus senos, demasiado tiempo eh bailado contigo esta danza fatal; no te parece?

Soy experto en tus rincones y contracciones. En tu diurno y nocturno asedio, eh germinado hasta ahora mis mejores flores. He ganado todo por ti y lo eh perdido después, vieja embustera, hija de mis hijos y madre de mis padres; ley del universo, barca tenebrosa, cósmica vibración del baile sideral! Juntos hemos hecho todo! pero tú no me quieres dejar. Mira hasta donde hemos llegado! ya debes ocupar tu lugar. Hay un trono en mí para ti, y es eterno. No llores, madre de los muertos, Llorar no es digno de reyes; Deja las lágrimas para mí.

Te has encariñado con migo vieja loca, y sufres porque ese cariño te está volviendo humana. Pero tú has cumplido la tarea, la has logrado. Siempre serás una de mis madres, siempre me acompañaras; jamás olvidare lo que contigo eh aprendido, ni el poder que absorbí de tu cántaro. Es hora de que me marche. ¿Puedes sentir los fulgores del universo y la fundición de sus desdoblamientos? Esa es mi señal, Se acabo mi tiempo. Pero recuérdalo bien, el trono que hay en mí para ti, es eterno, te lo has ganado; acéptalo y hónrame como yo te honro al abandonarte.

Barro venenoso, odio invisible y miles de tribulaciones más, me esperan en este camino de intrincados espejismos. Espejismos, que son a su vez, reflejos de mi propio oro; Ese que tanto eh buscado en los paraísos del desenfreno, ese que brilla incrustado en mi pecho desnudo, y que en forma de sangre se desliza por el muslo, cuando rajo mi propio vientre hurgando desesperado.

Conoceré la luz tiniebla mía, vieja compañera! Y también a ella le daré su trono y la abandonare a su debido tiempo, por algo aun más grande y completo.

El templo de la reconstrucción (cuento)

(dedicado a Fausto, a la compensación que su alma me genera)



Todos los fines de semana , como ya era costumbre , a mi hermano y a mí nos llevaban a la misteriosa casa del abuelo . Jugábamos en un viejo patio de la antigua casa y siempre examinábamos una despintada y vetusta bicicleta, que al parecer, descansaba desarmada allí, hacía un largo tiempo. Ese día, yo y mi talentoso hermano la reconstruimos y nuestra gran empresa tuvo su primer trabajo. En el salón principal de la casa, mientras tomábamos la media tarde, mamá les contó a todos de nuestra hazaña, y entre adulaciones y palmadas en la cabeza como signo de aprobación, mi hermano y yo nos mirábamos con complicidad disfrutando del primero de muchos éxitos por venir.

Después de un tiempo, cuando ya habíamos hecho varias reconstrucciones, mamá y el resto de la familia comenzaron a presionarnos para que reparáramos cosas , pero mi hermano y yo no “reparábamos”, “reconstruíamos”. Nadie parecía entender eso, así que tuvimos que tomar una decisión: debíamos destruir por completo cada objeto averiado y así iniciar su reconstrucción…”allí estaba nuestro verdadero talento , allí radicaba nuestro verdadero arte” .

Por supuesto que nuestro brillante método no duró mucho. después de tener algunos momentos críticos, como cuando estrellé contra la pared el secador de pelo de mamá, o cuando, a fuerza de sogas, derribamos el gigantesco espejo del abuelo. la familia entera pensó que nos afectaba alguna especie de locura homicida desenfrenada.

Pero la situación llegó a su pico más alto, cuando mi valeroso e intrépido hermano levantó el nuevo televisor de papá por sobre su cabeza, y con toda su fuerza lo arrojó al piso desde arriba de la mesa, porque el control remoto no funcionaba.

Por supuesto, este acto, que no fue otra cosa que un acto de amor por la reconstrucción de parte de mi grandioso hermano, nos costó que nuestra familia confirmara la hipótesis de que alguna extraña enfermedad nos aquejaba.

Al cabo de algunos días, visitamos y fuimos visitados por muchos médicos expertos en la materia, que decidieron que éramos un grave peligro para la familia y la sociedad. Nuestros padres, en comunión con los supuestos expertos, llegaron a la conclusión de que necesitábamos ayuda. Y así fue, como de un día para el otro, nos internaron en un… como decía papá, “lugar para chicos especiales”.

Para ser honesto, ese lugar en el que fuimos recluidos, no era muy diferente a nuestra casa; la gente, también gritaba mucho como nuestros padres, y se derrumbaba en el piso vomitando como el abuelo.

Para ser aún más honesto, con el correr de los días y los meses, ya no extrañábamos nada, y lo que era mejor aún, en ese lugar para “chicos especiales”, todo el tiempo se estaban rompiendo platos, vasos, vidrios, así que siempre estábamos ocupados.

Por ejemplo un día, para el cumpleaños de mi hermano, hicimos un gran baile y en medio del algarábico festejo uno de los compañeros recluidos, en un valiente acto de amor por la reconstrucción, comenzó a correr a toda velocidad por el salón, gritando que su cabeza se incendiaba y su lengua no paraba de hincharse. La valerosa y honorable carrera de nuestro compañero, terminó con un gran salto sobre los equipos de audio, que estaban pegados al ventanal, que da al patio del primer piso; ventanal, que obviamente fue atravesado por nuestro camarada en un admirable vuelo triunfal . Todos nos dirigimos corriendo a las escaleras que descendían al patio, y si! ahí estaba, sin indicio alguno de fuego en su cabeza ni la lengua hinchada, tendido en el piso, el inesperado, intrépido y fugaz promotor de la reconstrucción .

Mi hermano y yo, nos miramos emocionados por esta contundente mariposa de fuego imaginaria que lo había destruido todo, hasta su vida, Pues ahora , había un gran trabajo por hacer . Enseguida vinieron los enfermeros, para confirmar lo que ya todos sabíamos, el ángel del infierno había hecho su último vuelo, al menos en este mundo. Para mi hermano y para mí, era inevitable pensar en la idea, que sugería el hecho de que estuvieran juntando los pedazos del intrépido que estaban dispersos por todo el patio, pero también era inevitable pensar, en que eso era imposible.

En un corto tiempo ya nadie hablaba de lo sucedido, y mi hermano y yo, habíamos reconstruido todos los daños. Debido a esto, y a todo el servicio de reconstrucción que prestamos durante nuestra estadía, los expertos decidieron que habíamos ganado la libertad; o como decían ellos y papá: “ya están curados”. Así que de un día para otro, volvimos a casa.

Ese día, por la tarde, nos recibió mamá con una gran sonrisa; como si en estos dos años nada hubiese pasado. La casa era la misma, nada parecía haber cambiado demasiado, excepto por el trato que todos tenían con nosotros.

Por la tarde, uno de los vecinos golpeó la puerta de casa, tenía curiosidad por nuestro talento para reconstruir. Pasó un buen rato parloteando tonterías de buen vecino, hasta que por fin dio el motivo de su visita: nos ofreció a mi hermano y a mí, trabajar en su desarmadero de autos, e insistió en que un talento como el nuestro, sería bien explotado en un trabajo como ése. Para finalizar, remató la propuesta con un gran monto de dinero por cada reconstrucción terminada, cosa a la que mi hermano y yo, no nos pudimos negar.

Al cabo de un año, en el que prácticamente vivíamos en el taller del vecino, habíamos hecho de un montón de chapas, tuercas y tornillos…nuevos y lujosos modelos de automóviles. Esto, por su puesto, levantó cierta fama sobre el taller, y le dio más que buen prestigio a nuestro vecino, que ya empezaba a ser reconocido en el ambiente como un gran empresario con olfato.

Fue entonces cuando mi visionario hermano y yo, decidimos empezar a trabajar por nuestra cuenta; y de una vez por todas establecer nuestra propia empresa.

Por supuesto la noticia no le agradó mucho a nuestro vecino, quien intentó retenernos por todos los medios posibles: duplicando nuestro sueldo, organizando meticulosas y desagradables cenas, en las que las dos familias se mezclaban y complotaban para presionarnos. Pero mi decidido hermano y yo, entre tragos y miradas secretas, sabíamos que la estabilidad económica; era algo que sólo conformaba a nuestra familia. En el fondo -y aunque ninguno de los dos lo dijera-, sentíamos que de alguna forma la reconstrucción era una llave que nos llevaría mas allá.

Los banquetes de exagerada condescendencia que organizaba nuestro vecino, (que no eran otra cosa que la viva prueba de su obsesión por el dinero y no por nuestro talento), se repetían de tanto en tanto. Luego, con el correr de los meses, parecía haber canalizado su enfermedad por otra parte, ya que sólo lo veíamos y saludábamos cuando por casualidad lo encontrábamos regando en la puerta de su casa.

Un día, mientras mamá preparaba el desayuno y nosotros despertábamos, mi hermano me dijo que había sido bueno alejarnos del taller, porque a la gente de allí sólo le interesaba el dinero, y no que las cosas fueran reconstruidas. Y que además, con lo hinchada que estaba nuestra cuenta bancaria, era el momento propicio para emprender lo nuestro.

“El templo de la reconstrucción”

Un nombre que sólo se le podía ocurrir a “él”, al genio creativo de mi hermano.

Así bautizamos el taller, que no tardó en ganar la reputación de esos lugares mágicos donde todo puede pasar. Uno entraba y parecía escapar a la realidad, los niños pasaban horas enteras sentados, observando cómo reconstruíamos sus juguetes, de hecho, muchos de ellos, los rompían a propósito y así conseguían la excusa para volver al taller. La gente mayor estudiaba y probaba nuestros inventos, nos felicitaban y elogiaban todo el tiempo; hacían ofertas para representarnos en el exterior, y al compás de las burbujas de champagne, nos aseguraban que nuestros productos iban a ser un éxito en el mercado.

Mamá me despertó una mañana muy nerviosa, mi hermano se había levantado corriendo muy preocupado, ella alcanzó a preguntarle a dónde iba y él gritó que me despertaran, que algo malo había ocurrido en el taller. Así que me levanté y salí para allá.

Cuando llegué al taller, la puerta estaba abierta de par en par y la luz apagada. No se veía absolutamente nada, todo estaba sumido en la penumbra; la situación comenzó a preocuparme, en lo primero que pensé fue en ladrones, pero ¿Por qué mi valiente hermano no me había avisado?… acaso pensó enfrentarlos solo? … seguro fue para protegerme. Levanté del piso un caño de acero y atravesé la puerta, el silencio reinaba sospechosamente. Mientras caminaba sigilosamente escuché una risa, apreté el caño con toda mi fuerza, ya estaba casi en el centro del taller cuando de repente… ¡tlac! las luces explotaron sobre mi cabeza y una multitud de gente se abalanzó sobre mí; estiré mi brazo armado hacia atrás todo lo que pude; estaba listo para lanzar mi primer golpe. Fue entonces cuando vi los globos, y a los niños corriendo entre las guirnaldas. Mis labios, no podían articular ni una sola letra, estaba petrificado, casi había muerto de un infarto; casi había olvidado que ese día era mi cumpleaños.

Tuve que sentarme varios minutos para calmarme y recuperarme de tan calurosa bienvenida, cuando levanté la vista; todos estaban ahí, los niños del taller con sus padres, el vecino, su familia, los clientes, papá, mamá y el abuelo. Habían organizado una gran fiesta para mí, pero entre saludos, besos y abrazos no podía encontrar a mi hermano, no aparecía. Entonces alguien gritó: ¡Por acá, miren todos acá! La multitud, abrió un gran túnel por delante de mí, al final, estaba mi hermano con los ojos llenos de lágrimas, de traje rojo y moño azul, elegante, muy elegante; como sólo él podía estar. De repente, comenzó a hacer unas señas extrañas, a las que papá y tres personas más respondieron de inmediato. Fueron hacia unos ganchos y desataron las enormes cuerdas que iban hasta el techo. Mi hermano gritaba que sostuvieran bien las sogas, y que lo bajaran lo más lento posible. Era un enorme cofre negro, era mi regalo. Las mangas de mi camisa estaban empapadas por las lágrimas, lloraba como un niño. Mi hermano guiaba con excesiva vehemencia el descenso, quería que todo fuera perfecto. Estaba de espaldas, elevó una profunda mirada de reojo por encima de su hombro. Entonces pasó: hubo un gran estruendo, con muchísimas chispas, uno de los enormes reflectores del techo explotó y cayó sobre los niños que correteaban debajo.

Sus padres, que eran dos de los que sujetaban las cuerdas, corrieron desesperados a socorrerlos, y el gigante cofre negro cayó. Mi padre hizo lo posible por sostenerlo, pero la soga quemó sus manos. Las lágrimas se congelaron en mis párpados, mi corazón tomó el peso de una barra de plomo y se detuvo. Pude ver, detalladamente, cómo el cofre negro, en un solo segundo, oscurecía mi vida para siempre.

Entre llantos, gritos y polvo, comenzamos a empujar el cofre desesperadamente, hasta que logramos moverlo. De la impotencia, empecé a golpear mi cabeza contra él, ya casi no podía ver nada, la sangre entraba en mis ojos y mi padre estaba desmayado en el piso con las manos destrozadas. En medio de toda mi locura, pude escuchar que los niños se habían salvado. Comencé a correr y a gritar desenfrenadamente, echando a todos del taller. Cuando todos salieron, cerré y aseguré todas las puertas. Papá seguía inconsciente. Caí al piso exhausto, estaba totalmente enloquecido, casi delirando; me puse de pie. Tomé algunas herramientas, caminé hasta el cofre y monté el cadáver de mi hermano al hombro. Sin que nadie nos viera, salimos y subimos al auto de papá. Todos iban a estar en el hospital. Tenía algo de tiempo todavía.

Sin pisar siquiera una vez el freno, conduje hasta casa. De una patada abrí la puerta y coloqué el cuerpo de mi hermano sobre la mesa, lo desvestí completamente, mi cuerpo entero tiritaba; casi no podía respirar por la sangre y las lágrimas. Miré fijo sus ojos petrificados y lo besé en la boca. Tomé la cierra por el mango con toda mis fuerzas. La sangre caía desde la mesa como el agua cae de una fuente desbordada. Descompuesto por el olor caí al piso de rodillas, sollozaba sin parar; mi cabeza estaba a punto de explotar, pero no podía detenerme, tenía que reconstruirlo. La puerta se abrió lentamente, mi tiempo se terminaba. Me levanté deprisa y con mis últimas fuerzas traté de sacar a mis padres, pero en medio del forcejeo, algo golpeó mi cabeza y me desmayé.

(buenos aires 2002)

FIN